martes, 17 de noviembre de 2009

Obituario: Últimas líneas para alguien que se merecía la vida entera

Todavía la semana pasada, el DT del seleccionado alemán, Joachim Löw, lo perfilaba como el posible guardameta titular para Sudáfrica 2010. Hoy el ex Hannover 96 ataja desde el arranque en el mejor equipo de todos: el cielo.

Robert Enke ejerció una posición ingrata como es la del portero; si sacan un balón a mano cambiada se les infla más que a un balón y si cometen un yerro son recordados como los villanos. Acostumbrado a remar contracorriente, Robert perdió en un mano a mano contra la depresión, misma que fue habilitada por sus recuerdos.

Comenzó su exitosa carrera en el modesto Carl Zeiss Jena, donde pronto le observaron madera suficiente para despuntar. Después, firmó con el Borussia Mönchengladbach y ahí desarrolló y pulió sus aptitudes al grado de cautivar al Benfica. Con las ‘águilas’ consolidó sus facultades elásticas, más allá de el 7-0 propiciado por el Celta de Vigo en la antigua Copa UEFA. Todo era miel sobre hojuelas.

El techo del éxito parecía cada vez más cercano, lo rozaba con sus dedos. El ascenso era totalmente vertical: gracias a sus performances con la elástica roja, el Barcelona adquirió sus servicios gratuitamente –puesto que arribó como agente libre– en el 2002. Con los culés casi no jugó y quedó relegado por el dúo Bonano/Valdés. Dos goles encajados en 20 minutos en la Liga, dos cerrojazos en mismo número de cotejos en Champions League y un partido en Copa del Rey en Novelda, con un febril Frank de Boer culpándolo del marcador adverso. Los siguientes años serían un calvario para el oriundo de Jena. Aquí germinó su miedo patológico al fracaso. En el verano del 2003, fue usado como moneda de cambio en la transferencia de Rüstü Reçber al Barça. Con los turcos pasó sin pena ni gloria y recaló cedido en el Tenerife.

Teresa resumió este lapso de la siguiente manera: “La época después de Estambul y Barcelona fue difícil. Cuando pasó, pensamos que todo estaba resuelto…” Y entonces, la muerte le entró “mala leche” y con sus tachones abrió una herida que jamás volvería a sanar: murió su pequeño retoño Lara, de dos años de edad, debido a males cardíacos. En medio del caos, en junio del 2004, puso fin a su odisea foránea cuando regresó al Hannover.

Con Die Roten reencontró su mejor nivel y las tardes de lances de poste a poste fueron una constante deleite para la pupila de los seguidores y rivales. En la última temporada fue escogido como el mejor cancerbero de la Bundesliga. Galardón que lo catapultó directamente a la Mannschaft, donde contendería la portería con los jóvenes talentos de Rene Adler (Leverkusen) y Manuel Neuer (Schalke ´04). Löw se inclinaba más por la experiencia del primero; como los buenos vinos, Enke mejoraba con el paso del tiempo. Apenas en mayo adoptó a Leila, pero nunca recuperó la alegría por la vida.

Las personas próximas a Robert creyeron que ya había pasado de hoja. En efecto, pasó de en hoja en hoja, arrancándolas, tachándolas, empapándolas de llanto e impotencia; hojas en las que plasmó su abatida despedida, aquellas que suplican y vociferan perdón y comprensión…

Más allá de interpretaciones de corte durkheimista, siempre resulta triste la partida de cualquier individuo. De carácter sencillo, simpático, entregado y sumamente profesional. Preocupado por el cuidado de los animales junto a su esposa Teresa, Robert será siempre recordado por su calidad humana y futbolística. ¡Descansa campeón!

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