viernes, 19 de febrero de 2010

Cambio de Juego: Lucha libre, pan y circo para el pueblo

En esta ocasión, el TERMÓMETRO PANBOLERO deja de lado el fútbol e intenta descifrar un deporte diferente a este deporte. No será ni la primera ni la última ocasión. Espero que sea de su gusto.


CIUDAD DE MÉXICO, México, 19/02/10.- El poeta romano Juvenal creó la frase y Julio César la puso en práctica. La locución hace referencia a la artimaña gubernamental para apaciguar al pueblo con alimentos y entretenimiento barato. Dejando de lado el aspecto peyorativo del dicho, ambas aplican para describir este espectáculo.

La Arena México se vistió de gala como en cada ocasión que recibe invitados. El perímetro conformado por las calles Dr. Río de la Loza, Dr. Lucio, Dr. Lavista y Carmona y Valle, enclaustran a la manzana y segmentan a dos mundos alternos: el Distrito Federal y la “jaula de los madrazos”, según palabras del taquero Manuel Espino de 40 años.

Los vendedores de mercadotecnia no oficial circundaban, a manera de barricadas, la zona límite del coliseo más grande de América Latina dedicado a este deporte. Su concepción del cliente es similar a la que tienen los rottweiler cuando les lanzan un trozo de carne. De ahí que el folclor capitalista estallé en todo su esplendor cada fin de semana: muñecos de acción, revistas, estampas, pósters con beso y dedicatoria incluida, playeras y máscaras por doquier. Y, asimismo, la ventaja de ser “bara, bara”.

Los comerciantes ambulantes no tienen estudios en Economía, Negocios o Administración de empresas –aunque teniendo la Plaza Santo Domingo tan cerca quién sabe– pero, sin duda alguna, dominan los conocimientos infalibles de estas ciencias: punto de equilibrio (entiéndase el regate), superávit (se cotizan con un “¿cuánto da joven?”), déficit (importes a la baja, por lo que recurren al remate de 3*1), monopolio (dominio del mercado a la fuerza: “no lo tengo güerita, pero se lo consigo y a un precio mejor”), entre otros.

Al momento de acceder al recinto, las partículas aromáticas provenientes de los baños fueron detectadas por nuestro epitelio olfativo. Era una combinación extraña que recorrió los pasillos del inmueble, algo entre limpiador líquido y limones; la ‘receta de la casa’ para contrarrestar la orina.

Una vez superado el laberinto, nos sentamos en nuestros lugares respectivos con toda la tripulación a bordo; cualquier extraño hubiese jurado que procedíamos de los viejos tiempos en los que las familias mexicanas oscilaban entre los 10 y 15 miembros.

En un abrir y cerrar de ojos, sucedió el momento predilecto de la parcialidad masculina: la pasarela de modelos. Con lonjas y estrías incluidas, ¡pero siempre bienvenidas! Ritual repetido función tras función.

La lucha libre es como el pan, porque el menú estuvo a la orden del día. Pan, porque algunos se lo toman más como un banquete. Pan, de todos colores y sabores. ¿Vienen a comer o a ver las luchas?. Como aperitivo las frituras ahogadas en Salsa Valentina. A manera de plato fuerte una torta de milanesa que despanzurró por uno de sus extremos el aguacate, los chiles jalapeños, la cebolla, la catsup y la lechuga. ¿Para digerir? Una “cheve” bien fría… y cara. 50 pesos por medio vaso de espuma caliente.

Entonces se abrió el telón y otra celebridad del rumbo escenificó su diálogo de cada siete días. Era Armando Gaytan, alias “El Mucha crema”. Mejor conocido por sus zapatos negros sin bolear, su frac negro, su bigote delineado, el gel brillante con el que se peina y ser el mejor anunciador de la historia de la lucha libre mexicana, según una encuesta del 2009 por parte del Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL). Es tanta su fama que el dicho “Lucharán, de dos a tres caídas sin límite de tiempo” podría instituirse como una marca registrada.

El arte del catch complace hasta los paladares más exquisitos. La sinfonía de onomatopeyas como “pum”, “zas” o “crash” son los bemoles de un concierto en el que nadie desentona: afición, luchadores y réferi dejan la piel de principio a fgin.

Los protagonistas del cuadrilátero han sido tocados por el don divino del histrionismo, cuales circenses. Bendecidos por la gracia del contorsionismo, da igual que sean gordos, flacos o marcados, cuales circences. Discípulos de la palabra de Protágoras de Abdera y su oratoria (por aquello de sus largos speechs o monólogos cuando a algún valiente se le ocurre prestarles un micrófono), cual circenses. Hacen del anonimato y su enmascaramiento un tributo a Peter Parker o Clark Kent, cuales circenses.

Una vez empezado el show, me percaté de la señora hallada a mi lado izquierdo. Ella respiraba tranquilidad y mesura. Paradoja de lo que presenciaría minutos después: la senectud en toda su pubertad; mentadas de madre, cortes de manga y una voz semiafónica cortesía de la otrora viejita educada.

Posteriormente de las pugnas teloneras, llegaron los dos enfrentamientos más esperados de la noche. En el primer acto salieron, ¡las Chicas Superpoderosas.! Mentira. Por un momento creí contemplar eso, pero era el trío conformado por Mr. Niebla, Máximo y el ‘debilucho’ Strong Man. Este triunvirato fue machado sorpresivamente por dos orientales (Taichi y Naitoh) y Ray Mendoza.

Durante ese combate quedó de manifiesto que, si bien el inmueble está techado, eso no impide que lluevan… luchadores. Antes de recorrer el aire como kamikazes, estos sólo coquetean en las esquinas una o dos veces a lo mucho. Ello con el fin de esbozar un ligero aviso que se tradujera en un “córrele compa o nos lleva la chingada”, de acuerdo con el testimonio de un casi damnificado, quien escapó milagrosamente de los glúteos voladores de Máximo.

El siguiente acto lo interpretaron El Místico y Volador. De mis pocos conocimientos sobre la lucha libre, creía haber auscultado que el primero era el mejor representante del pancracio. Sin embargo, un erudito desconocido me confió lo siguiente: “desde que ensució su imagen el año pasado, ‘prostituyéndose’ políticamente en las campañas del PAN (Partido Acción Nacional), la gente se le volteó; si juntas política y deportes, es como cruzarte con drogas y alcohol”.

Semejante analogía me hizo recordar un pasaje de La Biblia. "Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros". Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies" (Lucas 15: 11-32. Así comienza la parábola del hijo pródigo, el que vuelve a su hogar, del que nunca debió salir, la misma historia torcida de El Místico.

La gran diferencia es que aquí no hay vuelta de hoja. El nuevo atuendo de El Místico trajo consigo un cambio de personalidad, una metamorfosis que al mismo Kafka inspiraría para escribir un remake. Su atavío negro con contrastes en blanco representa el simbolismo del ying yang, del bien y del mal; aunque en este caso, el lado oscuro lo sedujo más: se volvió más rudo que técnico. Traicionó sus ideales originales. Y eso se lo notificó la vox populi con un sutil “¡Buuu!”. Lo que fue el grito de guerra de unos, era música para los oídos de ‘El Seminarista’.

Dicen que perro que ladra no muerde. Pues últimamente al de los ojos blancos le gusta echar verbo y no respaldar sus palabras. En cambio, Volador prefiere hablar en el ring. Éste lo silenció con un martinete. El Místico montó en cólera y hasta desquito su enojo con terceras personas: abofeteó al árbitro.

Por vez enésima, los luchadores intercambiaron insultos por el micrófono. Su conversación quedó resumida en un “que siempre no peleamos hoy y mejor el fin de semana entrante”. ¿La reacción del respetable? Lluvia de líquidos de dudosa procedencia. Y, así, finalizó la función estelar con el grito “¡Apúrenle banda que nos cierran el metro!” por todo lo alto.

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